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Chávez... once again

by Omar Hernández

Dice Rafael Sureda Delgado, en su obra Derecho Internacional Americano, que Simón Bolívar "no estaba interesado en agudizar las contradicciones entre ambas naciones (Venezuela y Estados Unidos), ni servir de fuente de conflicto". Sureda reproduce un extracto de una carta enviada por Bolívar a Santander (el prócer colombiano) donde nuestro Libertador expresa que "es necesaria una alianza íntima y estrechísima con la Inglaterra y la América del Norte". Ello perseguía formar un frente común contra las pretensiones que tenía España de recuperar sus ex colonias, y es destacable por cuanto supuestamente nos encontramos inmersos en una "revolución bolivariana".

Las relaciones venezolano-estadounidenses tal cual lo demuestra la dinámica propia de las relaciones internacionales, carecen de una tangible línea de continuidad. Más bien, se han llenado copiosamente de vaivenes, desde el fin de la guerra de independencia hasta -al menos- 1998.

Judith Ewell en su libro Venezuela y los Estados Unidos menciona irónicamente que "los conceptos nucleares venezolanos han incluido una experiencia tolerante con mezclas raciales, una aceptación o endoso fatalísticos de las revoluciones y un disgusto por la intervención". En efecto, el westfaliano concepto de la soberanía ha sido siempre incontablemente empleado como pretexto para rechazar incluso hasta simples opiniones de agentes foráneos (de países o de organizaciones internacionales).

En general, y sobre todo en el siglo XX, ha habido buenos y malos momentos en las asuntos bilaterales. Tradicionalmente existe una casi épica relación de amor-odio con los Estados Unidos, por cuanto es nuestro principal comprador de petróleo e inversor privado y, en contrapeso, el "invasor cultural" y temido intervensionista.

Sin embargo, el American way of life del cual un grueso de la población es partícipe directa o indirectamente, además de ser una de las tantas repercusiones del fenómeno globalizador (que tanto se ataca, por no comprenderse su pretensión inclusiva más que homogeneizante), está muy lejos de tener siquiera algún vínculo con la problemática por la que atraviesan las relaciones entre Caracas y Washington.

No es por tanto una cuestión ideológica, sino de conocimientos y hasta de principios. En la tónica del realismo político, todas las naciones del orbe buscan proteger por todos los medios posibles sus propios intereses. Ninguna de ambas naciones escapa a ello. Pero lo anterior no debe servir de excusa para enturbiar un vínculo bilateral que sin duda es de monumental relevancia para el Estado venezolano y para toda la sociedad.

Las recientes expresiones utilizadas por Chávez en su programa Aló Presidente son muestra fehaciente de una inusitada incontinencia verbal, jamás vista en presidente alguno y que ha negativamente signado en gran medida nuestra ¿diplomacia? En pocos minutos calificó a los Estados Unidos como terroristas, asesinos y amos de los medios de comunicación privados de Venezuela. Y, al mejor estilo de Cipriano Castro, tristemente célebre dictador nuestro de principios del siglo pasado, amenazó con una "guerra de 100 años" a Washington si invadía Venezuela.

Este lunes, el Secretario Adjunto para Asuntos Hemisféricos de Estados Unidos, Roger Noriega, declaró que Estados Unidos y el resto de los países americanos debían "tomar determinaciones difíciles para hacer que el Estado venezolano cumpla sus compromisos". Esto está expresamente reflejado en la Carta Democrática Interamericana, cuyo primer artículo señala que es obligación de todos los gobiernos del continente promover y defender la democracia en las Américas.

El ataque verbal a los Estados Unidos persigue en primera instancia, achacarle al Norte todos los males que hoy padece la población venezolana (algo típico de los regímenes comunistas que culpan de todo al "imperialismo yankee"). También busca torpemente malponer a Washington ante la comunidad hemisférica y, además, desviar la opinión pública nacional de los problemas reales que nos aquejan.

Considerando lo escrito por María Teresa Romero en su última obra: "la política exterior responde, esencialmente, a los fines permanentes (objetivos nacionales de largo plazo) que la inspiran", ¿no son fines permanentes del Estado venezolano la integración americana, la defensa de nuestro mercado petrolero y la salvaguarda del sistema democrático? Si es así, ¿está en contradicción con los fines permanentes la actual política exterior de Venezuela?

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