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Sin Chávez y sin chavismo

Daniel Romero Pernalete (*)

22.06.06 | La conducta alocada de Hugo Chávez le ha ganado ojeriza entre sus propias huestes. El rechazo internacional y el descontento endógeno alimentan la tirria contra el Cacique. El chavismo sin Chávez ha empezado a dar pataditas en el vientre del oficialismo.

Para quien personalice su indignación, un chavismo sin Chávez puede parecer una opción deseable. De bajo costo económico y social. No suscribo esa alternativa. Quienes le tejen la mortaja a Chávez son de su misma estirpe. Nacieron bajo su sombra y se amamantaron de sus desquiciamientos.

El chavismo no es la simple identificación emocional con un líder carismático. El chavismo se ha convertido en otra cosa. En una subcultura nacional perversa. En una forma de malinterpretar el mundo. Una manera viciosa de ejercer la política. Un modo de malvivir la vida. Con o sin Chávez.

Ser chavista es creerse con el derecho a conectar las agallas a las arcas del estado. A través de las numerosos canales de la corrupción, para los de arriba. O a través de la limosna recurrente, para los de abajo.

Ser chavista es cubrir con una leve capa de preocupación social el afán egoísta por obtener atención y prebendas personales. No importa si se es ministro o dirigente vecinal. Si se lleva unas charreteras doradas o una franelita roja.

Ser chavista es criminalizar la disidencia. Demonizar al adversario. Creerse con licencia para matar política o moralmente. Y hasta físicamente. No importa si el verdugo se escuda en una toga o se esconde debajo de una boina roja.

Ser chavista es usar el cinismo como instrumento de trabajo. Mirar la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. Utilizar una moral de goma para medir actitudes y comportamientos. No importa si el predicador tiene rango vicepresidencial o es un simple alcalducho.

Ser chavista es premiar la medianía y maniatar el ingenio. Exaltar bandolerismos y embadurnar derechuras. Alimentar el vicio y ahuyentar el talento. Liliputizar el entorno para sentirse Gulliver.

Ser chavista es no creer en el consenso, sino en la imposición. Es asumir que sus fines justifican sus medios. Es negar la democracia. Es gatear de espaldas al porvenir. Es vivir regurgitando viejas ideologías.

El chavismo como vicio ha hecho metástasis. Ha infectado todo el cuerpo social. Ha invertido los valores. Ha acelerado el proceso de descomposición del país. Y podrá seguir haciéndolo con o sin Chávez.

Todo intento de rescatar el futuro de Venezuela, pasa por la erradicación del chavismo como cultura. Cultura del clientelismo y la sumisión. De la corrupción y la impunidad. Del cinismo y la poquedad. De la guerra y la muerte. Del autoritarismo y la improvisación.

De poco vale anular a Hugo Chávez y seguir conviviendo con sus excrecencias. La fuerza inercial seguirá empujando en dirección del desastre, aún después de cancelado el impulso inicial La expulsión de Satanás no mejoraría el clima del infierno.

Venezuela no puede escoger entre un chavismo con Chávez o un chavismo sin Chávez. Entre un Chávez deificado y una capilla sin santo. La única alternativa es un país sin chavismo. Puede parecer duro. Puede sonar intolerante. Pero la tolerancia, más allá de cierto límite, deja de ser una virtud.

(*) Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente, Venezuela



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