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Hugo Chávez el imperialista

Por Daniel Romero Pernalete

04.08.05 | Hugo Chávez vive del halago. Es altamente vulnerable al elogio. Es capaz de hacer cualquier cosa para que lo aplaudan. Desde insultar a un Cardenal hasta besar un crucifijo. Desde soltar una imprecación hasta eructar un joropo. Desde regalar petróleo que no es suyo hasta despotricar de ministros que sí son suyos. La alabanza lo hace sentir grande. Predestinado. Imprescindible.

Por eso a Hugo Chávez le gusta el poder. Porque el poder atrae todas esas cosas. El poder compra lisonjas. Alquila condicionadas adoraciones. El poder, en el necio, produce adicción. Y, en tales circunstancias, reclama expansión en el tiempo y en el espacio. Las ansias de poder estimulan a Chávez a extender su influencia. A crear algo así como su propio imperio. A punta de dólares y ofrecimientos. A punta de petróleo. A punta de una riqueza que no le pertenece. A punta de escapulario ajeno, vale decir. Chávez no se conforma con jorobar adentro. También se empeña en fastidiar al vecino.

Para fundar su imperio, Chávez ha querido comprar influencia por la vía del agradecimiento. Todo país que él visita recibe su buena ración de diplomático soborno. Petróleo a precios preferenciales. Compra de deuda externa. Asociaciones comerciales en las que Venezuela pone los reales y los otros el bolsillo. Misiones para solucionar allá los problemas que no puede resolver aquí. Cuando no visita a otros mandatarios, los invita. Y los colma de los mismos halagos. Y las mismas promesas. Luego se marchan con las alforjas llenas. Después de todo, pensarán ellos, bolsa con real es de quien se la consiga. O de quien se lo consiga, mejor dicho.

Pero Chávez no agota ahí sus estrategias imperialistas. No sólo visita e invita. También embosca. El respaldo a la narcoguerrilla colombiana es abierto. Como el apoyo a los cocaleros de Evo Morales en Bolivia. O a los golpistas de Antauro Humala en Perú. Vale todo para el imperio en ciernes.

Detrás del billete viene el discurso. Fuertemente engañoso. Altamente maleable. La democracia participativa y protagónica. La revolución bolivariana. El socialismo del Siglo XXI. O cualquier cosa que a Chávez se le ocurra conversando con algún revolucionario de escritorio. O leyendo la contraportada de un libro que apenas hojeará. La razón es obvia: el nuevo imperio necesita su filosofía. No se puede obviar el catecismo revolucionario. Para dar difusión continental a su cambiante ideología crea Telesur. Vacía la billetera, como siempre. Convoca a unos cuantos intelectuales en desuso. Lía un hatajo de manidos refritos. Y se lanza al adoctrinamiento del continente. Con su caballo de Troya satelital.

Pero el naciente imperio parece que trae la placenta enredada en el cuello. Y los delirios de Hugo Chávez empiezan a encontrar escollos. En la Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe se negaron a rendir pleitesía al inventor de Petrocaribe. La calentera lo alejó de esa cita. Después vino lo del BID. El candidato colombiano, promovido por USA, se alzó con la presidencia. El aspirante venezolano se quedó íngrimo. Brasil presentó candidatura propia. Uruguay, Paraguay y Ecuador (receptores de la generosidad interesada de Chávez) jugaron a ganador. Otra decepción hay que añadir. Los países centroamericanos decidieron mirar hacia arriba. Y el ALBA como que queda para conversaciones de sobremesa. En definitiva, buena parte del imperio anhelado por Chávez prefiere a Mister Danger antes que a Mister Clown. Prefieren a un malo conocido que a otro malo por conocer.

El más reciente desencanto tiene que ver con Telesur. La escasa audiencia es reflejo de su pobrísima calidad. La guinda vino de Uruguay, uno de los socios. El canal oficial no ha querido transmitir la señal. Les dará pena, digo yo. El caballo de Troya entró apolillado.

Otros fracasos vendrán. Más agua pasará bajo los puentes. Las ínfulas imperialistas se irán con el Caudillo. Y se pasará la página. Los aduladores de siempre dirán entonces que América Latina no estaba preparada para Hugo Chávez. Que Chávez le quedó grande. Que Chávez se adelantó a su tiempo. La historia, que siempre es escrita por los ganadores, dirá otra cosa.



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