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ALLENDE, IBÁÑEZ Y CHÁVEZ

Américo Martín / Francisco Alarcón

A los intelectuales chilenos y del resto de Latinoamérica. Es un insulto a la historia de Chile y a la memoria de Luis Emilio Recabarren, de la FOCh y la CUTCh, del partido comunista, del partido socialista, y de amplios sectores que aquellos lograron nuclear, comparar a Hugo Chávez con Salvador Allende. El presidente venezolano tiene puntos de contacto, más bien, con dos populistas sureños perfectamente identificados: el coronel Carlos Ibáñez del Campo y el general Juan Domingo Perón. Y no se hable solo de procedencias: Chávez nace a la notoriedad pública el 4 de febrero de 1992, con un típico madrugonazo golpista largamente incubado en los cuarteles. No tuvo de la política otra visión que la cultivada en su medio (ha proclamado que los “cuarteles son la mejor escuela de liderazgo”) Su odio a la “política” e incluso a los “civiles”, su promesa de “regenerar” la vida nacional “degradada” por los partidos, su decisión de destruir la disidencia externa e interna, la obsesión que lo impulsa a amordazar la antes proteica vida nacional y por sumir en el servilismo a todos los órganos del poder público, su deseo inocultable de perpetuarse en el poder como un reyezuelo caprichoso cuando menos hasta el año 2021, el nombramiento “a dedo” de los dirigentes políticos y sindicales y candidatos oficialistas, el asalto a los caudales públicos como nadie en la oscura historia de la corrupción, su desprecio a los derechos humanos, la ausencia de un perfil teórico e ideológico claros; todo nos habla de una autocracia impulsada al control absoluto de la vida nacional, en incansable exaltación de sí mismo, con el concurso acrítico de sus seguidores. Ha sido el régimen de Hugo Chávez el más mesiánico y ególatra desde la vieja dictadura de Juan Vicente Gómez. ¿Qué tiene que ver semejante historial con el valiente ex presidente chileno?

Allende –víctima de esos cuarteles enaltecidos por Chávez- proviene de una corriente que despunta en Chile desde 1850, cuando circulaban libremente libros y ensayos de Bakunin, Luis Blanc, Proudhon, Fourier, Saint-Simon y Carlos Marx. Fue una tendencia que le dio carta de ciudadanía a las ideas socialistas. Incluso el anarquismo chileno, como se puede apreciar en su periódico El Oprimido de 1890, jugó un papel importante en la educación de esa izquierda que combinaba la praxis teórica con la praxis práctica, para decirlo con redundancia que no es tal. De semejante cepa salió Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Obrero Socialista, de la FOCh sindical y del PCCh, además de ser reconocido como uno de los fundadores del partido comunista argentino. De esas fuentes emana también el partido socialista en el que militó Allende, constituido en 1933 con expulsados del partido comunista y de otras procedencias revolucionarias. Esa filiación teórico-práctica, con fundamento ideológico y basamento social precisos y definidos, amor al debate, al fogueo de la crítica y a la elección democrática de los dirigentes, contrasta con la ambigüedad de los proyectos de Ibáñez del Campo y de Chávez. De aquél dijo el historiador comunista Hernán Ramírez Necochea algo que le calza a éste:

“Se trataba, en suma, de un ideario superficial y ambiguo, que importaba rechazo a la democracia burguesa, involucraba autoritarismo y subordinación de los partidos y demás instituciones a una autoridad nueva, fuerte, investida de amplias atribuciones. Y justamente ese ideario impreciso resultó atractivo para grandes contingentes sociales que se sentían frustrados y sin expectativas. Incluso trabajadores de bajo nivel político y nula conciencia de clase, entrevieron en ese ideario una solución a sus acuciantes problemas”.

Por eso se recibió con júbilo en Chile la disolución del Congreso en 1924 “identificado con la podredumbre política”. Igual en la Venezuela del 2000, con el mismo pretexto y voluntad avasalladora. Con sus graves carencias, el Congreso de 1998 era muy superior al deplorable Parlamento impuesto por Chávez. Las similitudes de estilo, de obras, no paran aquí. Ibáñez anunció que aplicaría “un termocauterio arriba y abajo”. Y cumplió el macabro proyecto. El movimiento sindical fue perseguido (en Venezuela es uno de los enemigos principales del régimen), las Fuerzas Armadas fueron depuradas de más de 400 oficiales, en modo alguno para “mejorar” la institución sino para envilecerla y convertirla en el azote de las luchas de calle de la resistencia civil. No otra cosa hemos presenciado con asombro en Venezuela. Pero Ibáñez tuvo más éxito que Chávez en la ejecución del programa reformista: todas las ramas de la economía se activaron, el desempleo de enjugó y se extendió por el país el optimismo de las sociedades dinámicas. Pese a contar con ingentes recursos de procedencia petrolera, Chávez no ha tenido el éxito social que proclama con voz estentórea. La pobreza se ha extendido como una mancha ominosa, el desempleo es de los más altos en el hemisferio, al igual que la inflación, mientras que el 61 % del parque industrial ha desaparecido y la frontera agrícola se ha reducido en más de un tercio. Lejos de impulsar el desarrollo impetuoso de las fuerzas productivas, como pedía de las revoluciones el Marx del Prefacio a la Crítica de la Economía, en más de cinco años, mandando como un César imperial, Chávez ha logrado el imposible de hacer la vida económica todavía más dependiente del petróleo y del Estado, mientras Venezuela se ha ido convirtiendo en una lacería bochornosa. ¡Y no se diga que “siempre” fue así! Hasta 1980, Venezuela tenía el más alto ingreso per cápita del sudhemisferio, y los porcentajes más bajos de pobreza, desempleo, informalidad e inflación. En 1981 comenzó la decadencia, que lejos de amainarse bajo la supuesta revolución bolivariana, se ha acelerado con fuerza inaudita.

Allende era un socialista, un demócrata, un producto de las luchas civiles. Chávez ha oscilado ideológicamente entre el pensamiento racista, militarista y antijudío de Ceresole y una confusa diatriba contra el “neoliberalismo” y el “imperialismo” gringo, cosa que no le impide negociar con el malvado Satán, sin licitación y en condiciones ruinosas y humillantes, nuestra riqueza minera y de hidrocarburos. Pero la fraseología vacua de Chávez no deja de impresionar a sectores de la izquierda foránea, que prefieren no escarbar en su lenguaje, como sí lo han hecho codiciosas trasnacionales con la mira puesta en el gran potencial de Venezuela.

Allende fue candidato presidencial varias veces. Fue derrotado hasta que finalmente obtuvo la victoria. Nunca desconoció el resultado cuando le fue adverso. Asumió la presidencia no para ofrecer que se “perpetuaría” en el poder, como constantemente lo hace Chávez, sin ni siquiera consultarle a sus seguidores, que le aplauden como focas. Pero en cambio dijo que no entregaría el mando sino el día que se cumpliera el lapso constitucional. Antes, lo tendrían que sacar muerto. Promesa que también cumplió como un homenaje al coraje y la dignidad. Chávez acaba de hacer un fraude electoral que, para asombro de la mayoría de los venezolanos, no parece conmover a parte de esa izquierda empeñada en convertirlo en gaseoso emblema de sus aspiraciones. Debatiremos cuanto sea necesario para tratar de disuadirla de lo que consideramos un lamentable y costoso error.



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