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Venezuela en manos de Carter y de Gaviria

Por Carlos Alberto Montaner

Febrero 22, 2004 - Hugo Chávez ha acusado a George W. Bush de asesinar a 19 venezolanos y herir a otros 300 durante las manifestaciones en Caracas el 11 de abril de 2002. ¿Qué sentido tiene una declaración tan absurda? Sin duda, acelerar la crisis en la que ha precipitado a su país, caldeando artificialmente el conflicto con Washington. Castro, su mentor, le ha enseñado que la manera más eficaz de evadirse de los problemas domésticos es transformarlos en un enfrentamiento con Estados Unidos. Es la vieja historia del líder comunista que sorprende a su mujer en la cama con un amante e inmediatamente sale a la calle a apedrear la embajada norteamericana.

El asunto es sencillo: la oposición necesitaba 2.400,000 firmas para pedir un referendo revocatorio del mandato del presidente y obtuvo un millón más de las requeridas. Si esa consulta hoy se lleva a cabo, las dos terceras partes de los venezolanos votarán en contra de Chávez y el coronel, que ha resultado ser el peor gobernante de la historia de esa nación, será inexorablemente derrotado. Pero como Chávez no está dispuesto a permitir que tal cosa suceda, hace toda clase de trampas o se acoge a cualquier pretexto técnico para evitar que se cumpla la ley, mientras, bajo el asesoramiento de los servicios cubanos de inteligencia, alista a sus partidarios, civiles y militares, con el objeto de dar un golpe que ponga fin a las libertades y a las frágiles instituciones democráticas que aún se mantienen en pie.

El cuartelazo planeado tiene pocos elementos originales. Primero, el aparato oficial de propaganda acusaría a la oposición de fraguar intentos de derrocar al gobierno en contubernio con la embajada norteamericana, esos pérfidos yanquis ávidos de petróleo. A renglón seguido, se suspenderían las garantías constitucionales y se decretaría la ley marcial y el toque de queda. Inmediatamente, en nombre de la patria y de la defensa de los intereses petroleros, las tropas y milicias leales a Chávez, dirigidas en la sombra por militares y comisarios cubanos, tomarían el parlamento, los puertos y aeropuertos, los bancos, los medios de comunicación --especialmente teléfonos, periódicos y canales de televisión--, detendrían a sus dueños y arrestarían a los principales dirigentes de la oposición, la industria y los sindicatos, hasta una cifra calculada en unas dos mil personas. Simultáneamente, alentarían los saqueos de los establecimientos comerciales para aterrorizar al conjunto de la sociedad y para que las imágenes internacionales de los acontecimientos den cuenta de un inmenso desorden público, con connotaciones de lucha de clases, que Hugo Chávez, responsablemente, intenta sofocar.

¿Por qué Chávez todavía no ha puesto en marcha su siniestro proyecto? Porque no está seguro de contar con las fuerzas necesarias. Cada vez que levanta el inventario real de probables defensores de la vía golpista, sólo puede contar de manera incondicional con unos cuatro mil ochocientos cubanos de ''tropas especiales'', estratégicamente situados en diversos puestos de mando, más unos doce mil soldados venezolanos dispersos por diferentes unidades, situados bajo la autoridad de unas pocas docenas de oficiales totalmente leales al presidente, a los que se podrían sumar otros veinticinco mil milicianos chavistas precipitadamente armados en las primeras 48 horas del conflicto. De ahí los temores de Chávez: lo probable, si desencadena la asonada militar, es que se dividan las fuerzas armadas y el golpe desencadene una guerra civil de incierto resultado que pudiera terminar con su gobierno y hasta con su propia vida.

Pero sus planes continúan, y ese sangriento desenlace tal vez sólo puede evitarlo la enérgica acción de las fuerzas internacionales, y muy especialmente la de dos personas que acaso tienen el destino de los venezolanos en sus manos: César Gaviria y Jimmy Carter. Este es el momento en que César Gaviria, a nombre de la OEA, y Jimmy Carter en representación del prestigioso centro que lleva su nombre, deben exigirle pública y enérgicamente a Hugo Chávez que respete la ley y convoque al referendo sin más demora, mientras demandan del grupo de ''países amigos'' --España, México, Brasil, Portugal, Estados Unidos y Chile-- que se muevan decididamente en la misma dirección.

Este es el momento en que el secretario general de la OEA, a quien le quedan pocos meses al frente de ese organismo, debe convocar al Consejo Permanente y, si Chávez se empecina en ignorar la voluntad de la inmensa mayoría de sus compatriotas, pedir la aplicación de los artículos 19, 20 y 21 de la Carta Democrática de la OEA, compromiso solemnemente suscrito por todos los estados de América, con la excepción de la dictadura cubana, y expulsar a Venezuela de la organización. Este es el momento en que el ex presidente Carter, premio Nobel de la paz, debe volcar su enorme peso moral para decirle al mundo lo que ocurre en Venezuela. Tal vez así se evite la catástrofe.



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